miércoles, 31 de enero de 2007

LA IMPORTANCIA DEL FONDO Y LA FORMA

Hay varias cosas que llaman poderosamente mi atención en ustedes las mujeres. Obvio es que somos tan semejantes como la noche y el día, por ende, en lo particular, eso es lo que más me atrae y despierta un profundo interés en la compleja personalidad del género femenino.
Entrando en materia, quiero decírtelo de la manera más objetiva que tú me conoces cuando es el caso de hablar con formalidad. Veamos el reproche del día: obedece a que según tu calendario particular, hoy cumplimos un año más de casados, y en tal punto, no he hecho el más insignificante comentario al respecto. Más aún, admito con toda la honestidad y sinceridad que un hombre pueda alojar en lo más recóndito de su ser, que no recuerdo ni el día, mes ni año en que cubrimos tal exigencia social ineludible e indispensable, para poder vivir juntos, como todo matrimonio que se respete.
Cierto es, he cometido la villanía desde tu muy particular óptica, de que por lo mismo no te he felicitado, abrazado, besado y para agravar más mi incalificable crimen, no ha salido de mis labios felicitación alguna para ir a cenar, bailar y posteriormente a tales festejos, hacerte el amor en el hotel al que asistimos cuando lo hicimos por primera vez. En efecto, no hice ningún tipo de reservación para nada.
Rechazo con humildad franciscana que no soy la clase de mierda que tú dices, mucho menos un cínico convicto y confeso. Aunque no me lo creas, las cosas tienen mayor valor para mí de lo que supones, a pesar de mi aparente olvido e indiferencia.
Resumiendo: siempre has sabido, comprobado que nunca recuerdo fechas y lugares. Para mi gusto, soy pésimo en esas bisuterías circunstanciales, y para ti eso es lo más extraordinario de nuestra diaria convivencia. Te lo he explicado en infinitas ocasiones, no desconoces ni obsesión en diferenciar la forma y fondo de las cosas, ya que esto último es lo más relevante para mí.
Analicémoslo de esta manera, por lo tanto te suplico no lo consideres como una falta de respecto a tus valores, creencias y costumbres, porque hoy de manera excepcional no quiero entrar en un debate. Sólo escúchame hasta terminar y haz un esfuerzo por comprenderme como en otras circunstancias.
Acepto una vez más que casi no te digo “te amo” aunque internamente muchísimas cosas me hagan decirlo y aceptarlo así, porque has de saber, que estoy asombradísimo de esa incapacidad inagotable que tengo de amarte. Me lo confirma esa imperiosa necesidad de estar físicamente muy cerca de ti en nuestra diaria compañía, que sólo me separo de tu persona debido a las insalvables obligaciones prosaicas como el ir a trabajar. Detesto el hacerlo, no por aversión a esa actividad, tú mejor que nadie sabe cuánto lo disfruto y lo vital que es para mí, pero al final de la jornada laboral cuanto los minutos para reencontrarme contigo, y estoy completamente seguro que eso no es de tu conocimiento; en ese lapso y trayecto, maldigo los semáforos, el tráfico vial, la gente que se atraviesa, la interminable distancia existente entre la oficina y la casa.
¿Sabes? Sería fantástico que pudiésemos vivir sin comer porque de esa manera no tendría que salir a ganarme el sustento y sólo me dedicaría a quererte. ¿Te dicen algo las quinientas llamadas telefónicas que por cualquier estúpido pretexto hago para comprobar si ya almorzaste, recordarte la visita a tu madre, asegurarme del abastecimiento de la leche en la casa...? Por si lo ignoras, es una de las miles de manera de decirte te amo, extrañas si quieres, pero manifestaciones amorosas al fin.
¿Por ventura significa poco el feliz hecho de tener nuestros años viviendo juntos? Es innegable que tenemos nuestras diferencias que hemos sabido desvanecer con inteligencia, pero sobre todo con mucho cariño.
Seguramente recordarás que nunca fui de la idea de que para vivir juntos teníamos que casarnos. Te expliqué en esa ocasión cuando planteamos ese punto, que soy del parecer de que no hay mejor atadura que aquélla que no lleva lazos ni nudos, y si por nuestra propia voluntad, sin ninguna razón de por medio que nos obligara a nada, formalizamos nuestro matrimonio, eso era, es y sigue siendo la mejor garantía de que poseo un amor ilimitado por ti.
También recordarás que por mi propia decisión, sin que nadie me presionara en lo absoluto, pensando primero en tus intereses, en virtud de que esto en cierta forma te ocasionaba desequilibrios emocionales, expectante te pedí te casaras conmigo, cosa que no me ha afectado porque lo disfruto absolutamente, sin arrepentirme en lo más mínimo.
Y ya entrados en gastos, con relación a la boda y su enésimo aniversario, permíteme decirte una vez más que en efecto no lo recordaba, pero si te sirve de algo saberlo, te puedo contar otro suceso que me impactó igual o más que el reclamado. Entre paréntesis, pienso que un buen matrimonio es toda la suma y resta de una vida juntos, en el cual ahí también tenemos un margen de ganancias muy elevado.
Retomando el tema, recuerdo que en una ocasión, y discúlpame que como siempre no recuerde la hora, el día, mes y año, que para ti es tan relevante, cuando teníamos poco tiempo de novios –aunque ya habíamos llevado nuestra relación a un plano más íntimo y estrecho-, salí sin planearlo con unos amigos a tomar una copa y a bailar.
Estoy convencido que recordarás cuando te conocí, de forma automática y expedita mandé a todos al demonio para dedicarme en cuerpo y alma a ti. De sobra conoces que soy un eremita que sólo litiga en los juzgados, un diletante de la música, y en la época aludida me encontré al azar con unos compañeros de generación de la universidad, y para celebrar tan fausto acontecimiento, contra mi voluntad nos reunimos en un bar.
Bien, en plena madrugada el poco alcohol ingerido me sensibilizó de tal manera, que súbitamente me hizo abandonar a mis contertulios para huir a tu casa, como los judíos a la tierra prometida.
Llegué a los condominios donde vivías y tuve que brincarme una barda con terminaciones en puntas filosas. Nunca en mi vida he sido un hombre arrojado o temerario, pero salve los obstáculos. Llegué a la puerta de tu departamento a deshoras de la madrugada, saliste en pijama con el pelo reacio a colocarse en su lugar habitual, frotándote la cara y los párpados hinchados por el sueño interrumpido, con tu piel más blanca de lo normal; como una niña mimada me abrazaste, me besaste y me invitaste a irnos a dormir. ¡Eras la imagen viva de un naufragio corporal en tu desgano, pero qué hermosa te vi en ese abandono! No perdí el aplomo e impedí me sedujeras con esa descarada provocación tan desconsiderada para un mortal como yo.
Te pedí una taza de café y nos sentamos en la sala, cosa que contra la costumbre lo hiciste frente a mí. Expliqué el motivo de mi sorpresiva visita, detallé las peripecias rebasadas para estar contigo, reíste en plena madrugada de mis ocurrencias, y nos sumergimos en una insustancial plática que aderezó un cassette de jazz que activaste en la grabadora.
¿De qué hablamos? ¡Por supuesto de ese género musical que a ambos nos gusta! En esa madrugada nunca nos volvimos a abrazar, acariciar, ni besar, mucho menos hablar de amores. Esa vez no se dio el más insignificante contacto físico entre nosotros, y lo recuerdo con mucha frecuencia, porque ha sido una de esas excepcionales vivencias en que me he sentido más cerca de ti. No me preguntes fecha, pero se me grabó ese momento vital para mí.
Te he contado que cuando llego tarde a la casa o me veo obligado a irme temprano, y te encuentro o dejo dormida ¡cómo te contemplo!
Eres un ser muy hermoso en el lecho. Larga como un ferrocarril detenido en una estación. Bella en esa entrega incondicional al descanso. Extraño esa adormilada mirada de curiosidad que siempre tienes para conmigo, cuando llego muy noche y me ves de esa manera.
En las mañanas cuando me despierto eres mi fuente de calor, un sol femenino que brilla a mi lado que aclara la recámara en penumbras. Las sábanas se me antojan ataduras que me veo obligado a cortar para liberarme de la esclavitud de tu cuerpo del que no me quiero separar.
Como es evidente no te hablé de fechas, sólo de lo que sucede cuando estamos juntos, y créeme que es lo más valioso para mí, porque creo que cuando amanecemos uno al lado del otro, reafirmo una voluntad de estar siempre contigo sin concederle mérito alguno al día, hora, lugar, sino al hecho de vivir a plenitud una experiencia compartida por la cual deseo y lucho para que sea de por vida.
Ya para terminar, quiero que lo sepas de una vez por todas, que esto no se preste a ninguna duda. Existe una palabrita tuya que le da sentido a mi vida, es mi maná celestial, que quisiera oírla siempre: ¡te necesito! Eso para mí es más importante que el fondo y la forma.

10 comentarios:

Anónimo dijo...

Trabajo interesante aunque a veces se cae en lo kitch, lugares comunes, y con algunas reminiscencia a lo corín Tellado.

Anónimo dijo...

Este es mi escrito favorito, me encanto la manera en que abordaste este tema, porque lo vas relacionando con una experiencia de vida,sin caer en la clásica catedra; y que yo resumí básicamente en la distinción de la escencia y lo superficial de las cosas. Chido

Anónimo dijo...

Cuando alguien nos necesita, reafirma nuestra propia conciencia de ser y también de no sólo ser. Gracias por compartir tus escritos José Manuel.

José Manuel Villagómez Cadena dijo...

Mi querida anónima, en la eterna incertidumbre amorosa, en el deshojar a la margarita, las dudas son reiterativas; Es necesario inscribir como en piedra el afecto profundo que tiene uno por nuestros semejantes. Un abrazo a una dama hermosa.

Anónimo dijo...

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Anónimo dijo...

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