lunes, 11 de mayo de 2009

EL IMPERIO DE LOS SENTIDOS

Para cubrir algunas necesidades orgánicas nutricionales asisto eventualmente a un par de mercados que son mis favoritos: el 5 de febrero y el Solidaridad, incluida una visita a su Plazoleta del Campesino.Nunca he sido amigo de la turbamulta, detesto los torbellinos humanos –excepto el de las manifestaciones políticas, las fiestas populares y los sepelios-, pero me hipnotiza ese hormiguero humano periférico a esos centros de abasto popular.
Me deleita observar con detenimiento cómo entra y sale la gente de todos esos establecimientos donde adquieren las mercaderías más inimaginables.Si bien es cierto que no somos descendientes directos de fenicios y cartagineses, algo nos legaron vía España, ya que ambas potencias marinas navegaban en lo que hoy se conoce como el Mar Mediterráneo, el Mare Nostrum, bautizado así por los romanos, donde instalaron bases marítimas y comerciales en la Península Ibérica, considerada como la mater nutricia por los descendientes de Rómulo y Remo, y que con el paso del tiempo esa Hispania latina se convirtió en nuestra madrastra.
El caso es que la existencia más frugal y metódica como norma de vida recomendada por Benjamín Franklin, se desvanece ante esta exultante diversidad que grita a todo pulmón su vastedad ilimitada.
Al tomarse literalmente la plaza, todo se vuelve un dar y tomar en la orgía cromática y visual de esta hermandad y promiscuidad frutícola. Hasta este momento no conozco un ser humano que pueda sustraerse a hincarle el diente con fruición obscena, a la blancura satinada de una guanábana de penetrantes ojos negros, o ruborizar hasta el carmín a un rábano inhibido de miradas golosas; reprimir los lujuriosos deseos por desvestir a una naranja celulítica que excita a gajos; quién no corresponde a la sonrisa sensual del mamey, o ¿hay alguien insensible a los pepinos post orgásmicos cercanos a una ebriedad de sal y limón?
Guayabas gonádicas que lloran por dentro su sentencia a muerte por oclusión; mangos de lisas texturas que desvían las miradas hacia los traicioneros plátanos de dudosa rectitud amarilla: redondos limones acrobáticos en pirámides teotihuacanas, pináculos de la acidez más vivificante que mágicamente vuelve agua a la boca más impertérrita; acebradas sandías verdes que divulgan chismes de las disolutas papayas en leyendas interminables.
¡Y qué decir de los vegetales! Federico García Lorca no conoció todo lo verde de esta esmeralda mercantil minatitleca. Toda ensalada que se dé a respetar incluye berros, cilantros, espinacas y otras verduras en franca amistad culinaria, sin olvidar el desparpajo de los diferentes chiles desparramados en canastos, o apretujados en bolsas de plástico transparente; y por qué no a los inmorales cebollines que se sueltan el pelo impúdicamente a la vista pública.
Exhiben sus mitos sensuales a plena luz del día, níveas cebollas y ensoberbecidos jitomates; las granadas y sus peinados africanos coleccionan crepúsculos en gotas.Las fosas nasales aspiran a marchas forzadas ante la marejada de olores.
Estos mercados destruyen a las dietas más espartanas y avasallan las apetencias y a heroicos aparatos digestivos. Las narices claudican en desbandada vergonzante hacia inciertos destinos.
Las pescaderías son morgues marinas para vouyeristas hemáticos, donde alineados o amontonados se exhiben cadáveres de pescados plateados, enteros, decapitados, seccionados, fileteados, eviscerados por expertos anatomopatólogos que los diseccionan con manos rápidas generadoras de una lluvia de confeti escamoso, en un holocausto rutinario sin ritos y mucho menos plegarias por estas víctimas, las cuales nadie ruega por ellos a San Neptuno o al beato Poseidón.
En otra parte se localizan aves desnudas, macilentas, inertes, que nunca aparecerán en la sección de nota roja de los diarios, a pesar de que las evidencias acusan que fueron sádicamente masacradas y ningún agente del Ministerio Público se presentó a formular un acta que obligue a realizar una acuciosa investigación.
Muy cerca de ahí las aterradas carnes rojas presienten su cercana inmolación. Las de Chinameca, muy en particular las bulímicas costillas, manifiestan su hipertensión arterial con un continente bermejo encendido. No es el caso de las longanizas flácidas y anoréxicas, que indiferentes menosprecian el tránsito de los compradores.
Para fortuna nuestra y de la diversidad étnica, los vendedores, en su mayoría mujeres, son bilingües. En esta pequeña Babel las transacciones comerciales se verbalizan en náhuatl, zapoteco y en la lengua dominante que es el español.Un indicador muy confiable de la etnia de origen de los “marchantes” lo son: refajos bordados, esplendente orfebrería, esmerados peinados, uso de flores en la cabeza como capitulación estética, alegres talantes, agradables caracteres, interminables gestos y un delicado servicio asistencial en la asesoría de selección de productos.
La globalización, lo nacional, estatal, regional o local, crean, dictan y dirigen las artificiales necesidades consumistas. Dime qué consumes y te diré quién eres. Nunca la ontología –tratado del ser- había sido tan fácil y entendiblemente explicado como en estas macro aulas que son los mercados.
De vivir el poeta medieval Jorge Manrique actualizaría sus coplas en estos nuevos términos: Nuestra vidas son las compras que van a dar al mercado que es el consumir.
En lo personal cuando me retiró de ahí me queda una embriaguez de nostalgia, una necesidad renovada y fortalecida para reintegrarme de nuevo a este micro mundo que siempre alimentará mi capacidad de asombro.
En cierta forma, estas plazas son el centro gravitacional de nuestra existencia. Podemos ausentarnos de muchas cosas, y aquí permítaseme una verdad de Perogrullo: nunca de comer, de la manera o forma como uno lo desee o pueda: para saciarnos por gula, por requisitos terapéuticos, para nutrirnos bien, como sibaritas etc. Lo real es que un centro de abasto es un punto obligado de retorno.