viernes, 23 de marzo de 2012

LLUVIA


         No es la lluvia de otros, es la mía. Aquella de goteras en el techo de láminas de mi casa, de lágrimas no del cielo, sino las mías. De ese cacharro melódico en el suelo recogiendo migajas celestiales a un triste ritmo de plop, plop, plop.

         En el cielo una inmensa sábana gris desgarrada por rayos cubría mis tristezas, con cierta piedad, vergüenza y conmiseración cumpliendo su trabajo ineludible de tanto en tanto. No temía a los truenos sino a mi rabia impotente de cambiar el curso de las cosas.

         Nunca imaginé oír cantar el temporal en los cristales de una ventana, el crepitar indolente de la leña en la chimenea, la cómplice luz tenue,  el diván muelle, la copa de vino bebida en unos labios expectantes de amor.

         Menos entré en la mente de los labriegos esperanzados a la producción de mejores cosechas de cereales de esta bendición húmeda.

         Egoísta que fui nunca vi pasar las riadas destruyendo caminos, arrastrar en su furia a reses, perros, gatos, troncos de árboles aún orgullosos y erectos en su derrota.

         Alguna idea me forjo del mítico diluvio bíblico, el parte aguas de la vieja y la nueva humanidad, del renacimiento a una nueva aurora, cobijo y afán.

         Por eso este aguacero es y no es el mismo para todos. Cada quien su lluvia y sus llantos.

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