miércoles, 28 de marzo de 2007

Usted Disculpe

No señora -¿o debo de decirle bellísima señora?-, de ninguna manera se moleste conmigo. Es innegable, la he mirado, pero no de la forma que me reprueba. Me ha sido imposible, inevitable sustraerme a su figura, cierto, me he reflejado en el lago negro de sus ojos, vi levitar la cascada negra de su pelo, quedé arrobado por el color de las auroras primaverales de su piel, esclavo de la cauda aromática corporal, deslumbrado de sus blanquísimos dientes formaditos como marinos en marcha militar; qué decir de aquella beatífica mirada de imán y ámbar, de ese andar de corcho en mar profundo, armónico, perfecto en sus caderas, fieles fanáticas del movimiento del big bang, lo cual atestiguo con toda honestidad a la luz de la rebelión mal contenida de su ropa, y por la insurrección general de miradas ajenas con despropósitos inconfesables.
Créame se lo digo sin ánimo perverso, mi interés es enterarla de lo que es su presencia en esta calle de Dios. Déjeme hablarle de los insensatos quienes aseguran que la vida surge en un proceso evolutivo de millones de años, que venimos de lo inferior a lo superior, y yo no pienso así señora. Están errados, porque la vida surge en el instante en que usted se aparece, se hace la luz, los colores, el arco iris canta; se juntan los mares, los vientos al seguir su voz le dan nombres a las cosas, y lo increíble, por usted yo creo en la resurrección de la carne, de los muertos, pero no está informada de eso, desconoce todos esos misterios.
No me explico por qué no ha sido declarada como patrimonio mundial de los desvelos, o se le ha erigido un monumento con su respectivo busto en lo alto en honor a la ignominia de la monogamia. Cuán hermoso sería volver a fundar la tierra con seres nuevos, buenos, descendientes suyos. Al reflexionar en este punto, estoy convencido que es usted la mítica Eva hecha la realidad andante, desplazándose regalando arisca sus dones.
Y ha de disculparme oh hermosísima señora, ese malestar hacia nosotros me parece desconsiderado. Véalo así: los dolientes y dolidos somos todos los mortales que hemos tenido la dicha de poseerla sólo con la mirada, retenerla fugazmente contra nuestros deseos por breves segundos. Yo le pregunto ¿ha tratado usted de evitar de respirar? ¿Verdad que es imposible? Algo semejante nos sucede cuando la vemos donde esplendentemente se aparece. Pregúntese ¿cómo podemos ponerle diques a millones de suspiros incontenibles, controlar la taquicardia, la hipertensión arterial llevada hasta las nubes, intentar conducirnos rectos en un suelo fluctuante bajo nuestros zapatos, controlar el desasosiego, y lo más cruel, el tener la certeza de que usted no es mía, ni nuestra y sí de algún afortunado en especial?
Como comprenderá, más que merecer sus enojos, apiádese de nosotros, no incremente nuestras desventuras, el suplicio de saberla ajena nos hace más desgraciados, sea magnánima en su belleza, sálvenos de la indiferencia, su comprensión paliaría un poco nuestras desdichas huérfanas, y por si acaso, compadecida de nuestros desamparos nos regalara algunas sonrisillas, ellas aligerarían el infortunio colectivo que alimentaría el gratificante ocio de un panorama mágico milagroso.