miércoles, 28 de febrero de 2007

MORRIÑA

Es triste la tarde en su melancolía,
flácida luz, naranja cupular,
lame el ocaso todas las cosas,
como ósculos terrenales.

Hay unos cerros exactos
en su lugar de siempre,
puntuales en su recortada presencia,
fieles a las oscuridades que escapan al día.

Son las huellas de la vida
comprometida con esta cita eterna.
aduana de certezas
de la resurrección de la noche.

Morriña de racimos de uva
¿vendrás otra vez como esta tarde?
¿Renovarás tus votos estrictos
de lunas plenas?

UNAS VIEJAS FOTOGRAFÍAS

En muchos aspectos de su vida mi padre fue un hombre reservado y lleno de muchos silencios. Es lógico suponer que por tales razones siempre existe en mí esa necesidad de conocer lo más posible de su persona, tratar de cubrir todos esos vacíos que seguramente nunca llenaré, lo que me permitiría entender y comprender muchas cosas relacionadas e interactuantes entre los que giramos alguna vez en su órbita, alejados o cercanos a él. No se necesita ser científico o filósofo para llegar a la fácil conclusión de que todo humano tiene su Historia: conocida, ignorada, ilustre, modesta, heroica, vergonzosa, etc., la que escribimos diariamente con muestro accionar como una respuesta a las diferentes circunstancias que nos ofrece el duro vivir; por tal razón poseo la firme convicción de que en el fondo todos somos iguales en menor o mayor grado, sólo es cuestión de escarbar superficialmente para llegar a la conclusión de que somos más que semejantes.
Esta es la mía por ilustrar un caso: independientemente de mis abuelos paternos y mis tíos, no conocí a nadie más de su familia. Habría que añadir que pocas veces la visitábamos y por ende el contacto era mínimo. Fue su hermano menor quien me comentó que mi papá se salió muy joven de la casa paterna, y de ahí en adelante hay un océano más de misterio; ignoro si esporádicamente la visitaba o no lo hacía. Lo real es que de él sólo poseo retazos biográficos.
Uno de ellos: me parece ser que fue mi madre quien me narró cómo fue que se conocieron aquí en esta ciudad en aquel entonces aislada de la civilización. Para trasladarse o regresar de otros lugares lejanos lo hacían navegando en lancha por el río, o en tren hasta ciertos ramales, donde transbordaban y después de varios días y vicisitudes llegaban a los destinos deseados.
Él llegó aquí con la civilización que trajo la construcción de carreteras. Era chofer de un camión de volteo en el que se ganaba la vida; parece ser que fue en Tlaxcala donde realizaba la misma actividad, donde al concluir la obra, siguió en la construcción de esa enorme serpiente negra que se extendió hasta esta zona que supongo era la parte más lejana hasta donde llegaba. Alguna vez hizo el comentario que antes estuvo en Toluca y en otros lugares más que evaden a mi memoria. Es muy probable que esto sucediera en la época de la presidencia de Miguel Alemán, etapa de expansión de las grandes comunicaciones terrestres, y en ese rubro hubo gran cantidad de trabajo que fue aprovechado por mi consanguíneo para engancharse a esa cofradía. En otras palabras, en esas venas de asfalto va incluido su esfuerzo sumado al de otros trabajadores.
Cuando se inicia el tejido de todas esas redes comunicativas que alcanzan al sur veracruzano, viene con esta avanzada, echando por delante su talla de 1.75 cms., muy arriba de la altura promedio de ese tiempo; fuereño, buen mozo (escuché decir por ahí en alguna ocasión de alguien ajeno a la familia, que le encontraban algún parecido con el galán cinematográfico del momento: Tito Junco). Habría que agregar a su favor que todo extranjero en esta ciudad era un ser muy atractivo, por desconocido, enigmático, y venir de otra geografía nacional. Mi héroe era eso y más, habría que sumarle lo joven, delgado…
Quiero pensar que cuando mi mamá lo conoce por conducto de unas amigas suyas, queda impactada por ese extraño peregrino guanajuatense muy diferente a la raza de esta zona. A veces en lo social sucede como en la Física de que cargas de signos contrarios se atraen… Entre ellos debió haber sucedido algo parecido. Por añejas fotos que he visto de ella cuando era soltera, no se quedaba a la zaga. Es evidente que era una morenita muy linda, delgada de cejas tupidas, nariz recta, respingada, inocente, con mirada de ser una persona nada maleada, dicho en otras palabras. Sendos atributos físicos deben haber jugado un papel determinante para que terminaran casándose.
En este punto, cuando se refirió al respecto, no entró mucho en detalles, avasallada por los prejuicios propios de esa educación provinciana que nunca rebasó del todo. Fue más adelante que intuí cómo se dieron los hechos.
Al morir mi tutor, para que mi matrona pudiera obtener la mísera pensión que otorga el IMSS a viudas de trabajadores de bajo nivel laboral, tuve que desplazarme a otro pueblo algo retirado de donde vivíamos, para obtener un duplicado del acta de matrimonio de ambos.
La muy pícara, nunca me dijo, que se había fugado con él, estigma mental que todavía no logra limpiarse del todo, a pesar de que en la actualidad la costumbre de contraer matrimonio con alguien, ya pertenece al interés de los estudiosos de antropología o sociología como caso de investigación especial de un rito de tránsito en proceso de extinción. Esa fue la razón por la que tuve que trasladarme a otro municipio para obtener ese documento nupcial. En otras palabras, en ese tiempo en plena hégira, mis tutores para cubrir mínimas formalidades socio familiares y atenuar de alguna manera en lo futuro tan pecaminoso proceder, decidieron casarse rápidamente ahí por lo civil y reanudar el éxodo. Por lo religioso lo hicieron unos días antes de que falleciera. Yo estuve presente en esa ceremonia, y si no abundo en detalles de la misma es porque fue muy triste y doloroso ese cuadro, dadas las malas condiciones de salud de mi antecesor.
Pasado el tiempo y los tragos amargos de ese triste desenlace, no recuerdo en qué condiciones o circunstancias laborales conocí a un ancianito simpático y bonachón que posteriormente a la luz de una charla insustancial, descubrió emocionado que lo conoció cuando ha muchos años trabajaron en el tendido de los caminos, y que en ese justo instante estaba parloteando con su máximo representante, o sea yo. Cuando se lo comenté a la autora de mis días, enriqueció esta historia, me hizo saber que este señor era mucho más joven que él en aquella etapa y avatares, que los acompañaba en sus aventuras e infortunios a los que trabajaban en la compañía constructora, en calidad de arrimado y aprendiz, que era en cierta forma discriminado por humilde, inexperto, al que sólo lo ocupaban en labores muy modestas como de barrendero, mandadero, tareas irrelevantes y mataba su tiempo libre haciendo compañía a los conductores de los camiones con el propósito firme de aprender ese oficio.
Lo sobresaliente de este caso, es que este simpático viejecito, por mis antecedentes, es decir, por ser hijo de un viejo amigo suyo ya fallecido, me tomó mucho cariño y amplificó un poco la historia de mi patriarca desde otros ángulos desconocidos por mí.
Cierto día en el que me contaba una de las miles de aventuras vividas, me hizo saber que mi consanguíneo después de que se unió en matrimonio con mi máximo amor, para no tener problemas con ella, el muy pillo le dio a guardar unas fotografías de algunas amoríos que había tenido antes de conocerla.
Con algo de solemne y honrosa ceremonia me dijo que como yo era una persona grande, de mucho criterio, comprensible y de fiar, me haría entrega de esas imágenes que celoso guardó muchos años, lo que le permitiría liberarse de esa responsabilidad adquirida y de la que no había encontrado la manera de evadirla honrosamente. En otras palabras, ¡custodió por más de ¡medio siglo esas reliquias alguna vez amadas por mi progenitor!
Cumplió el trato convenido. Mucho me conmovió tal apego a un favor solicitado, el valor a una palabra empeñada, el celo extraordinario de un custodio de unos retratos, de los que tal vez mi padre en vida ni siquiera se acordó de ellos, y es de celebrarse también que por parte de su cómplice nunca existió algún reclamo o duda sobre sí todavía era necesario seguirlos resguardando. Esa disciplinada actitud espartana me hizo admirarlo sin reserva alguna y me introdujo al conocimiento de uno de sus valores más grandiosos de los que pudiera tener paralelamente a otros.
En una cajita de cartón casi plana en la que alguna vez se albergó algún pequeño medallón o algo parecido que requiriera de una cobertura con esas características, venían tres recuadros de regular tamaño. La pátina del tiempo les dio una coloración especial, cercana a los matices grises que me remitieron rápido por la vía directa a la nostalgia, a la alucinación de imaginarlo viviendo en esos lugares que se traslucían al fondo de las imágenes, áridos y tristones (o ¿ése sería el ánimo que me obligaba a observar las cosas así?), y pienso que tal vez hacía frío porque en uno de esos iconos lo veo cubierto con un suéter, de figura muy delgada y con abundante cabello que se fue desvaneciendo con el paso de los años, del brazo de una dama entrelazado con el suyo, sonriendo felices a la posteridad como posando para lo que era, una cámara fotográfica accionada por algún conocido común.
Por la lejanía o la inexperiencia del fotógrafo la impresión le debía mucho a los detalles, no eran muy definidas las figuras de ambos, pero por la postura y algo incierto, nos decían que la estaban pasando bien.
En otra, distingo a una mujer vestida y peinada a la usanza de esa época, tal vez a mediados o fines de los años cuarenta, de medio busto, con la cara en tres cuartos de perfil, seria, la presumo algo rubia porque se le ven los ojos claros y la mirada un poco triste. Según la dedicatoria, dice amarlo con toda el alma, y para no dudar de esa confesión, en un remate anterior a su nombre y firma la muy atrevida, desprendida de sí misma, se regala con mi padre con la palabra “tuya”. Esto sucedió en 1948, el veinticuatro de febrero, según la escritura hológrafa.
En la última de esta triada fotográfica, se hace visible una sonriente mujer muy joven en traje de baño, de cabello corto y rizado a la orilla de la playa, casi guardando el equilibrio, media inclinada hacia su izquierda, con los tobillos en el agua y una estela marina que se desprende de ellos para regresarse a las ruinas de una ola ya casi desvanecida, me deja la idea de una coquetería tal vez muy audaz para esos contextos históricos. Pienso que para legarle un recuerdo imborrable a alguien con los que se tienen ciertos devaneos, la fotografía usual era la requerida en un estudio, donde aparecían las féminas vestidas con sus mejores galas, maquilladas y con alguna mirada o pose cuidadosamente estudiada.
También esta nereida, al menos por la inscripción escrita aún imborrable, amaba y adoraba a ese mancebo que fue mi progenitor, y eso lo atestigua el mes de noviembre, del día diez y siete del año de 1947. Esta jovencilla es la más simpática para mí, en cierta forma despide un halo amistoso propio de una persona auténticamente alegre y desenfadada.
Esta faceta de mi viejo, y otras más, ignoradas por mí, paradójicamente aunque de forma indirecta, postmorten, me acercan más a él, porque por esta vía me está diciendo así fui, conoce otro ángulo de mi vida, arma tu rompecabezas, porque te lo digo así; tú sabes, era otra educación, otros tiempos en los cuales los padres teníamos que presentar una imagen muy diferente a la contemporánea. Yo alcancé a notar que la relación que tienes con tus hijos es muy disímil a la que yo tuve contigo en muchos sentidos. Los hijos mismos también son muy distintos hoy en día, más audaces, socializados, menos reprimidos, irreverentes. Hay con ellos un mayor grado de comunicación en todas direcciones...
Indiscutiblemente que ingresé a otra dimensión de comprensión de mi congénere muy cercano a mí, más aún, también me expliqué, no por la vía genética, más de mí mismo; tenía un marco de referencia donde encuadrar muchas cosas personales y explicármelas desde otras aristas favorables y desfavorables, lo entendía a él y a mí.
Unas viejas fotografías fueron el vehículo y el vínculo de este descubrimiento en lo general, como el hecho no realizado de haber tenido la posibilidad de haber sido hijo de alguna de esas respetables mujeres, que estoy seguro me amarían como mi propia madre real; por otra parte, mi fisonomía, carácter, formación cultural, etc. serían muy diferentes a lo que soy en este instante, pero seguiría llevando dentro de mí esa porción correspondiente a él, al que los avatares de la vida lo condujeran a procrearme con otra buena mujer; por tal razón les guardo un profundo respeto reverencial. De cualquier forma todas ellas tienen mi cariño y mi gratitud porque también amaron a mi padre, unas se quedaron en la potencia y otra en el acto. Luego entonces llego a la feliz conclusión de que todas las damas del mundo pudieron haber sido mis madres, nuestras madres, tal vez por ello sentimos ese amor dividido entre nuestra matrona auténtica y las que pudieron haber sido.
En cuanto al amigo de mi patriarca y ahora mío, algunas veces lo veo pasar en su auto, nos sonreímos, saludamos mímicamente. No se ha dado la oportunidad de charlar una vez más, tal vez no se vuelva a presentar la coyuntura que lo permita, de cualquier modo si la vida nos juega la mala pasada de que cualquiera de los dos nos adelantemos al viaje irretornable, el que tome la ventaja, deseo que sufra poco y más adelante, en otra dimensión y espacio, reanudemos una plática atemporal, eterna, tal vez ahí conozca toda la vida y la historia de mi progenitor.

jueves, 8 de febrero de 2007

La mujer que nunca vi

Soy muy impermeable a las aglomeraciones, digo, es un decir, porque soy muy contradictorio. A veces cifro infundadas expectativas en ellas. Pienso en esto dada mi carácter y personalidad solitaria.
El problema es añejo y consustancial a mí desde el origen: mi calidad de unigénito. Tal vez a otras personas esa misma particularidad y características, este individualismo natural no les signifique problema alguno. Hay sujetos así que superan esta solitariedad tendiendo miles de puentes hacia el exterior y así de esta manera tan sencilla y simple, se convierten en los seres más amistosos del mundo. El asunto soledad-compañía se vuelve una ecuación de fácil despeje de operaciones que les arroja los resultados apetecidos. ¡Así de sencillo y rápido!
Sin embargo existimos otros especímenes diseminados por ahí, para los cuales una fórmula de esta naturaleza se vuelve un terreno pantanoso, como aquéllas míticas arenas movedizas que lo único a que conducen, los que tratamos de emerger de ahí, se traduce en una tarea imposible, en la cual los trabajos de Hércules, comparados con nuestros esfuerzos, quedan como un día en la playa.
Son muchos los factores y circunstancias que explican esta nada envidiable incapacidad de interrelacionarse con los semejantes. Buscando explicaciones para descubrir este fenómeno anti gregario, éstas tendrían que dirigirse a razones económicas, psicológicas, sociales, culturales, caracterológicas, formativas...
Volviendo a lo mío, sinceramente ya no me atrae encontrar la etiología de mi caso. Me queda perfectamente claro que así he sido, soy y seré. Más aún, existe en mí un morboso placer ambiguo entre vivir solo y con gente a mi alrededor y que depende de circunstancias desear estar así o con alguien.
Tal vez por eso hoy que vi a esa hermosa dama viví esta emoción encontrada.
Todo comenzó con mi asistencia a la ciudad de Xalapa a un cursillo preparatorio de capacitación de personal para adiestrarlo en la aplicación de nuevas técnicas econométricas. Obligadamente asistimos más de la mitad de personas ya entrenadas y la parte restante, novicios que aleccionarán a su vez a otros aspirantes a un nuevo peldaño curricular y laboral.
Esta enseñanza permite un alegre convivio entre colegas dedicados a la misma actividad. Se nos ofrece un buen hospedaje, buenas viandas, y lo más importante, el encuentro de viejos amigos con los que en alguna ocasión se compartió el mismo empleo, se conoció en otros cursos anteriores y la nada despreciable oportunidad de conocer con un poco de suerte a gente interesante.
Mi conducta en tales reuniones ha sido invariable: mantener una sana distancia cortés con la tropa circundante. Razones, renuncio inexorablemente a las conversaciones trilladas, monotemáticas superficiales, a la falsa postura, a la parranda clandestina, a la juerga interminable, y a desvelarme insustancialmente. Mientras los compañeros de habitación ven en la televisión la misma programación ñoña con la que se entretienen en su casa, o se acicalan para alguna cita con alguna colega y/o compañeros de holgorio, me dedico a la lectura de libros llevados para tales propósitos o los manuales que utilizaremos en nuestra preparación. De esa manera consumí la noche previa al inicio de la instrucción.
Ya en ella, y posterior a un desayuno formal, en una sala de usos múltiples rentada para tales casos, los organizadores nos van instalando por regiones y zonas estatales, lo que obliga a que estemos en un mismo equipo sentados alrededor de grandes mesas a los conocidos de donde somos originarios.
Emplazados todos de la manera descrita, se inician los saludos a larga distancia a los compañeros que en alguna ocasión anterior con ellos se tomó el curso o porque se laboró en otra zona hace algún tiempo. Este reconocimiento del terreno también permite en esta primer barrida visual conocer a los nuevos colegas y al elemento femenino que pueda obligarnos a centrar nuestra atención en ellas. La dinámica de la instrucción también apoya bastante esta inspección, porque la propia inercia de la exposición de los temas a desarrollarse, permite intervenciones nuestras para aclarar y enriquecer lo ahí comentado, favoreciendo esta mecánica académica la espléndida oportunidad de reconocer las mismas faces, las que escaparon a la primera inspección ocular o aquéllas que refuerzan las preferencias estéticas previamente seleccionadas.
Fue en este escenario donde la conocí. Alta, blanca, de estilizada y atractiva figura, impactante presencia y bonitas facciones. Es innecesario señalar la debacle emocional en la que me instalé y ésta se hizo mayúscula porque intervino en la cátedra brillantemente con una observación muy aguda. A partir de ese momento el propósito de mi presencia en ese foro se trasladó a un plano secundario para centrar mi interés en ella, aunque también fue la apertura de mis dudas, certezas, incertidumbres y vacilaciones.
Conociendo mis inexistentes técnicas en el abordaje femenil y mis limitaciones infinitas en saber bordar un acercamiento con desconocidas, me resigné al alucine visual como lucha final particular.
La clase siguió su curso inevitable y al término del primer receso se nos concedió un descanso generoso para tomar los alimentos. En el restaurante es ocioso decir que una de las primera estrategias que tomé fue la de visualizar rápidamente y de manera discreta mientras estaba formado para que me sirvieran mis platillos, cosa que hicieron después de diez minutos porque había una larga fila, y a diferencia de otras ocasiones no me irritó, porque esta lentitud me ofrecía un margen mayor de posibilidades de verla llegar, pero pronto arribé involuntariamente a donde los servían y con mi ración en la mano localicé una mesa estratégica para observar su entrada.
Pocos comensales había en ella, lo cual me permitió una remota posibilidad de que circunstancialmente ella eligiera acompañarnos en alguna silla vacía. Alguien a mi diestra intentó hacerme la charla pero mis lacónicas expresiones lo persuadieron a buscar por otro lado, cosa que logró muy pronto y en breves segundos ya iniciaba una plática con otro presente, mientras yo seguía atisbando el horizonte con mucha discreción.
Poco después la vi entrar al lugar habilitado como comedor, hizo su reglamentaria formación, noté que saludó a alguien de alguna mesa al fondo a mi derecha y después ocupó una silla al lado de ellos. Ese fue el momento que marcó mi estrepitosa caída anímica porque mi lógica me llevaba de la mano a pensar que tenía conocidos ahí y que con ellos consumiría todo el resto del tiempo que nos quedaba antes de entrar a la segunda parte de la instrucción.
Desangelado acabé con mis alimentos y me salí inmediatamente de ahí, abandoné la sede para tratar de conseguir algunas pastillas en la calle que aniquilaran el sabor y olor de lo comido. Ya de regreso me instalé a un costado de las escaleras que conducen a la sala de usos múltiples al encontrar un lugar relativamente cómodo donde podría sentarme a leer y a fumar.
En realidad en ningún instante dejé de pensar en esa agradable mujer y traté de adivinar de dónde provenía, que muy probablemente enseñaba macroeconomía o alguna de esas asignaturas áridas, y de ser así, sus alumnos olvidarían esa materia para dedicarle más atención a lo mismo que yo, y mil cosas más hasta que poco a poco me fue absorbiendo la lectura que tenía en mis manos, la que a veces era interrumpida por pequeños grupos alegres que subían o bajaban frente a mí.
En el momento menos pensado escuché una voz agradable que me preguntaba si traía un encendedor para su cigarro apagado. Mi reacción ante este estímulo acústico fue de torpeza y estupidez cuando descubrí a quien me solicitaba ese favor era la mujer que estaba yo deseando conocer. Ella se disculpó a su manera por haber interrumpido mi concentración y me explicaba de la manera más natural que dedujo que yo forzosamente traía fuego porque me había visto fumando.
Le ofrecí el encendedor que cumplió su cometido y agradeció mi atención para inmediatamente retirarse con una bellísima sonrisa que la hizo más hermosa a mis ojos.
Con mi mejor cara de imbécil vi cómo se iba alejando ella y sentí cómo se acercaban a mis pensamientos toda una serie de auto recriminaciones por ser tan extremadamente inepto e incapaz de haberle dicho cualquier burrada para iniciar una plática y todo lo que se desprendiera de ella.
No tiene sentido seguir enumerando todas las enciclopédicas fallas que me diagnostiqué y decir que no me hicieron mella, sería mentir. Cierto, algo me dolió, y si digo algo es porque así ha sido la mayoría de ocasiones en que me veo en trances semejantes y en cierta forma como que ya me acostumbré y por ende mi caparazón está más fortificado para infortunios como éste, y cuando pienso en esto me acuerdo de Nietzche cuando decía que “lo que no te mata te fortalece”, y creo que ese es mi caso.
Más aún, tenía la completa seguridad de que ya de regreso a casa jamás me acordaría de ella, como si no existiese o la hubiese visto, como efectivamente sucedió, salvo este momento en que si lo menciono es por aspectos estrictamente ilustrativos y para que conozcan los diferentes tipos de cernícalos que existimos, por fortuna en proceso de extinción. Tal vez se nos encuentre por ahí vagando y alucinando en el lugar menos pensado cuando nos dejamos ver, pero de que existimos, existimos.